jueves, 12 de noviembre de 2009

AYESA

AYESA. IGLESIA DE SAN ANDRÉS


         A mitad de camino entre Aibar y Eslava, y perteneciente al ayuntamiento de Ezprogui, nos encontramos con la localidad de Ayesa, un pequeño pueblo que todavía es capaz de exhibir bellos ejemplares de la arquitectura tradicional de esta zona, e incluso magníficas casonas –dos de ellas blasonadas-, que nos dejan entrever el pasado señorial de este concejo. Sin embargo, hoy, vamos a centrar nuestra atención en uno de los edificios de Ayesa, su iglesia parroquial de San Andrés, que dentro de pocos años tendrá ocasión de celebrar su tercer centenario.

         Sorprende a primera vista el hecho de que en Ayesa la iglesia parroquial esté un poco apartada de su caserío. No es una cosa excesiva, pero tampoco es muy frecuente este distanciamiento. Sorprende también –al menos a mí me sorprende- que sea un edificio encajado perfectamente en el terreno, un terreno que alguien, en su día, tuvo que horadar para acoger y arropar a este edificio religioso. Desde allí se domina perfectamente todo el pueblo y todo el término de Ayesa.
         Es un camino, transitable con vehículo, el que nos permite subir hasta la iglesia. Es el mismo camino que, si lo siguiésemos, nos llevaría hasta el cementerio. Doy por hecho que el pequeño terreno ajardinado que hay delante del atrio de la iglesia sería antaño el camposanto de este lugar. Todavía hoy, media docena de estelas funerarias nos recuerdan el uso de ese emplazamiento, y por si no fueran suficientes, un ciprés que ya se tutea con las campanas completa la ambientación de lo que un día probablemente fue cementerio.
         Se puede acceder al atrio a través de un arco de piedra, cuya clave se encuentra caprichosamente colocada sobresaliendo hacia el interior del arco. La verdad es que no he sido capaz de averiguar si la piedra está un poco caída –posiblemente sí-, o si esa era su posición original, igual que sucede en otros arcos de medio punto que dan acceso a los atrios. Sin embargo el atrio si que conserva toda la bancada de piedra en donde los hombres se sentaban haciendo tiempo a que comenzasen los oficios religiosos; y digo los hombres porque la costumbre era que las mujeres pasasen directamente al interior del templo. Todavía hoy esta costumbre está muy extendida en la mitad norte de Navarra.
         Tampoco hay que olvidar que, siglos atrás, era en los atrios de las iglesias en donde se reunían los vecinos en concejo, o en ayuntamiento, pues no todos tenían una casa para tal efecto. De allí que en los atrios, como sucede en este de Ayesa, haya tanto sitio para sentarse. En este caso concreto los vecinos lo tenían todo para hacer las reuniones: una campana para llamarles y para anunciar el inicio, asientos por doquier, y un reloj de sol para no excederse en la duración.
         Pero vamos a centrarnos en esta iglesia parroquial de Ayesa, levantada siglos atrás para honrar la memoria y promover la devoción a San Andrés. Especialmente en el continente, más que en el contenido; es decir, en lo que es el edificio.


Descripción

         En estos casos resulta obligado recurrir al Catálogo Monumental de Navarra, una obra de la que Navarra puede y debe de presumir, y que tras ella se esconden miles de horas de trabajo.
         La iglesia de Ayesa, aunque con terminología lógicamente tecnicísta, aparece en ella perfectamente descrita, y de alguna manera sería esta la descripción “oficial” del edificio. Dice así: “El espacio de este templo sigue una disposición medieval, aunque su actual aspecto le fue conferido con obras llevadas a cabo en el siglo XVI y en el barroco. La iglesia presenta tres tramos desiguales más la cabecera recta abriéndose al tramo que precede a estas sendas capillas rectangulares. La nave se cubre con bóveda de lunetos barroca sobre cornisa, la capilla del Evangelio con una bóveda sexpartita y arco de ingreso rebajado sobre ménsulas semicirculares, y la de la Epístola con una de aristas al igual que la cabecera. A los pies se levanta un coro de madera que apoya en ménsulas talladas. La sacristía, una estancia alargada con cielo raso, se adosa a la cabecera, y dos rectos en el lado de la Epístola y coro.
         Forman los exteriores un conjunto de sillarejo, de aspecto horizontal rítmicamente jalonado por los contrafuertes, que escalonadamente llegan hasta el tejado. Bajo éste, se dispone un cornisa moldurada que bordea todo el perímetro del templo. Al segundo tramo de la nave, por el lado de la Epístola, se abre una portada clasicista, en la que se suceden pilastras cajeadas dóricas, friso con triglifos y metopas y frontón recto con cruz. Junto a ella se localiza una pila de agua bendita cuyo recipiente avenerado cabe fechar en el siglo XVII. Recorre parte de este lado una lonja con acceso en arcada.
         La torre se adosa a los pies de la nave y se eleva ligeramente sobre ella, formando un bloque cúbico con medios puntos para las campanas”.

         Hasta aquí llega la descripción que nos ofrece el Catálogo Monumental de Navarra. La Gran Enciclopedia de Navarra, aunque con otras palabras y con una terminología más popular, viene a describir este templo de una forma muy similar a como lo hace el Catálogo Monumental; la única diferencia está en que data la construcción de la iglesia únicamente en el siglo XVIII.


Historia

         A partir de aquí vamos a agarrarnos a los documentos para tratar de situar con exactitud la construcción de esta iglesia. En mi caso reconozco que juego con ventaja, pues he tenido oportunidad de acceder a un archivo particular, no catalogado, en donde se conservan los documentos originales, manuscritos, correspondientes a la construcción de esta iglesia. Y creo que el mejor servicio que se le puede dar al patrimonio navarro –en este caso concreto al de Ayesa- es darlos a conocer, dar a conocer su contenido. La Asociación Cultural “Txuri Beltzean” trabaja actualmente en la transcripción y en la reproducción de estos documentos, cuyo resultado hará llegar a las partes interesadas.
         Así pues, sabemos, y tenemos constancia documental de ello, de que en el año 1708, concretamente el 19 de octubre, el abad de Ayesa, don Esteban Echabe, se reunía en la villa de Sangüesa con los jurados de Ayesa para comunicarles, ante notario, “la mucha necesidad y buen remedio que convenía en hacer y obrar de nuevo la iglesia parroquial de dicho lugar de Ayesa, que es de la advocación del señor San Andrés, por estar toda ella en mucho peligro de caer, por lo cual podría resultar notable daño; y para su remedio habían mandado los visitadores de este Obispado remediar y hacer de nuevo la dicha iglesia, siendo antes, y primero, visto y reconocido por el veedor de obras de este Reino”.
         Ante esta situación, jurados y abad acordaron allí mismo que “se haga la dicha iglesia según convenga, de suerte que esté bien hecha y acabada”. Y no sólo acordaron dar vía libre a la obra de la iglesia, sino que adjudicaron la obra a Miguel de Recondo y a un tal Joannes (de apellido ilegible, y cuñado del anterior), de vecindad guipuzcoana, por ser “canteros hábiles y suficientes para semejante obra”.

         Sobra decir que ambos canteros aceptaron hacer la obra que se les proponía; y para ello llegaron a un acuerdo con el abad en los siguientes términos: “Primeramente prometió y se obligó el dicho Miguel de Recondo (…) de hacer toda la obra necesaria en la dicha iglesia parroquial de Ayesa de suerte que esté bien hecha y acabada aquella dentro de ocho años…”. A cambio de esto el abad se comprometió “de dar y pagar todo lo que fuere tasado y estimado”, recurriendo para ello a los frutos primiciales de dicha iglesia. Ambas partes acordaron, igualmente, tener en cuenta la poca renta que tenía esta iglesia, lo que implicaba, en consecuencia, que “tampoco se requería obra de mucho valor”. Partiendo siempre de que había que hacer las paredes conforme indicasen los veedores eclesiásticos, los cuales estimaron que fuesen “de mampostería buena, asentadas con buena cal, rebatidas de parte de fuera y de parte de dentro, lucidas y pinceladas según están las de la villa de Eslava; que los cantones, o estribos, sean de piedra labrada a punta de martillo; capilla y sacristía hayan de ser de piedra, y la cubierta de encima de ladrillo de dos falfas con su algez bueno”. Se dispuso igualmente que el maderamen de la cubierta de la iglesia fuese a semejanza del que existía en la iglesia de San Miguel, de Eslava, dejándole al abad de Ayesa la libertad de elegir si el tejado se cubría con teja o con losa.
         En el acuerdo entre los canteros y el abad figuraban otros muchos detalles; por ejemplo, uno de los compromisos de los canteros era el de hacer dos pilas nuevas, una para bautizar y la otra para el agua bendita, así como un púlpito.
         Para hacer cumplir todo lo acordado ambas partes depositaron una fianza, siendo los depositarios y jueces los vecinos de Sangüesa, Miguel de Casanova y Adrián Almandoz, de profesión escultores.

         No se sabe cuales fueron las causas, pero lo cierto es que el comienzo de la obra se retrasó al menos dos años. Incluso es muy posible que no existiese tal retraso, sino que los canteros estuvieron durante todo ese tiempo preparando las piedras y todo el material necesario. Sea lo que fuere lo cierto es que en 1710 la anterior iglesia de San Andrés estaba ya en ruina total. Decía el abad en una carta dirigida al Vicario que el edificio “estaba en notorio peligro de caerse, porque se va desmoronando, y esta abierta por muchas partes…”. Ante esta carta el Obispado mandó un veedor para que valorase realmente la situación, el cual no hizo sino reconocer la urgencia de la obra, disponiendo que, antes de que se derribase el templo, “se pase el Santísimo Sacramento a una casa de confianza del dicho lugar”. El técnico del obispado advertía con claridad que la iglesia se iba a caer en su totalidad; tan solo algunas partes se podían salvar, partes estas que él marcó sobre un plano con trazos azules, mientras que los mayoritarios trazos rojos correspondían a lo que había que demoler. Es así como el 10 de enero de 1710 se concede la licencia a los canteros para que intervengan ya sobre el edificio conforme a lo acordado, indicándoseles tan sólo que traten de aprovechar en la medida que se pueda la piedra vieja, y que era desde ese momento cuando empezaban a correr los ocho años que tenían de plazo para ejecutar la obra.

         Y hasta aquí llega la documentación. A partir de ese momento se supone que se inicia la obra, cuyo resultado hoy vemos. Quede aquí, por tanto, para la historia de Ayesa, esta aportación documental sobre su patrimonio religioso, con fechas, con nombres y apellidos, con todo tipo de datos. Y que así conste.


Diario de Noticias, 2 de agosto de 2004
Texto: Fernando Hualde